Julio César Hernández
¡Ah, que bien bailan nuestros diputados al son que les tocan!
Y no les importa “resbalarse” o hacer sus desfiguros verbales, pues finalmente de lo que se trata es de no quedarse calladados, hablar por hablar y tener un papel relevante  en el “escenario del absurdo” (Luis Córdova dixit) que montaron en torno al Auditor Superior del Estado.
Los señores diputados han hablado del caso basados únicamente en lo que han publicado los medios -sin caer en cuenta lo manipulado de la información, las imprecisiones y hasta los datos falsos que se han manejado-, y en función a ello han enarbolado la bandera de la “honestidad” y la “moralidad” (así, entre comillas) para tratar de tapar sus propias tropelías.
Imagínese escuchar decir a nuestros diputados sobre un asunto por demás importante: “Si es cierto eso…”, se atrevió a decir Roberto Marrufo sobre un tema que ni conoce ni le consta; “de ser cierto eso, sería preocupante…”, exclamó Raúl Vargas sobre un asunto que ni conoce ni le consta; “cada día nos damos cuenta y salen más cosas y más cosas…”, expresó el insigne presidente del Congreso, Enrique Aubry, sobre un tema que ni conoce ni le consta.
La verdad, yo tenía otro concepto del doctor Vargas.
Los tres ¡coordinadores! -¿qué se puede esperar de los demás? ¿o los demás son mejor que ellos?-, se refirieron así a la información manejada en el sentido de que el auditor Alonso Godoy Pelayo había adquirido de manera “irregular” (así fue interpretado) un predio.
Lo imperdonable de Marrufo, Vargas y Aubry es que se atrevan a abrir la boca para hablar de asuntos o temas que no conocen y, mucho menos, les consta.
Qué diferencia escucharlos hablar si tuvieran “los pelos de la burra en la mano” -y no sólo el periódico que publicó la información-, para que entonces cumplieran con su obligación y fueran directito a presentar la denuncia correspondiente contra el o los responsables.
Pero, no. Nuestros diputados prefieren “bailar al son que les toquen”, sin importarles “resbalarse” y hacer el ridículo con sus piruetas verbales.
¡Aplaudámosles, pues, a estos protagonistas del “escenario del absurdo”!