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Julio César Hernández
El escenario de fiesta que vivió la base priista a las afueras del Auditorio Telmex, contrastó con cuasisolemnidad que caracterizó al evento en el interior.
La majestuosidad del escenario provocó, quizás, pánico escénico a la base priista, al pueblo tricolor, que se vio impedido a celebrar un aniversario más de vida de su partido como está acostumbrado, a como lo acostumbraron los dirigentes priistas y de sectores que en su momento les aportaron los instrumentos necesarios: botes con piedras adentro para hacerlos sonar, cornetas, tambores, matracas y banderolas, así como las sonoras y escandalosas sirenas del ferrocarril.
Ayer les fue incautado cualquier tipo de estos instrumentos que son, prácticamente, los que le dan razón de ser a los festejos del PRI y tuvieron que conformarse, algunos, a lanzar gritos desde el graderío a favor de sus lugares de origen, aunque por supuesto no tuvieron los seguidores que en otras ocasiones y en otros lugares, más abiertos y menos elegantes, registraban.
Vamos, como que estos edificios frenan la espontaneidad y alegría de los priistas tan acostumbrados a otros tipos de lugares como plazas, estadios o inmuebles más abiertos al aire libre.
Quizás la cúpula priista está empeñada en mandar el mensaje visual de que estos priistas de hoy no son los de ayer. Que este es el nuevo PRI, el PRI del siglo XXI, pero para lograr esto es tanto como querer vestir a los panistas como miembros de sectores y organizaciones.
Al menos eso fue lo que vimos ayer en el elegante escenario del Auditorio Temex.