Ganó la elección presidencial por el apoyo de los 16 millones de mexicanos que votaron por él. Obtuvo el 45% del total de la votación total, en la que destaca que lo hicieron a su favor el 60% del electorado universitario; el 43% de las mujeres; y el 49% de ciudadanos entre 18 y 34 años. Todo esto sucedió el dos de julio de 2000.

Cinco meses después, el viernes 1 de diciembre, asumió la presidencia de la República en una ceremonia que rompió los protocolos -desde modificar el texto constitucional al momento de rendir protesta hasta recibir de su hija un crucifijo que provocó la reacción de sus adversarios políticos que al unísono evocaron la figura del “Benemérito de las Américas” con el grito de “¡Juárez, Juárez….!”-, y pronunció un entonces alabado discurso que denominó “La Revolución de la Esperanza”.

El resto de la historia de lo que fue un mero sexenio de la alternancia en el que se frustó la esperada transición, es ya es por todos conocido.

Hoy, aquel hombre que prometió y logró sacar al PRI de Los Pinos, que terminó con lo que el escritor peruano Mario Vargas Llosa denominó “la dictadura perfecta” para llegar “a la democracia difícil”, como el propio autor de La Ciudad y los Perros tituló su artículo del 3 de julio en el diario Reforma, se ofrece para cantar “Las Mañanitas” a cambio de… cinco mil pesos.

Sí, hablo de Vicente Fox Quesada, el hombre que labró su camino para ser presidente de México a partir de aquel 20 de diciembre de 1990 cuando como diputado presentó -junto con otros legisladores panistas-, la iniciativa de ley para reformar el primer párrafo dela artículo 82 constitucional que exigía que para ser candidato a la presidencia tenía que se hijo de padres mexicanos -la madre de Fox era española-, misma que fue aprobada con la condición presidencial de que entrara en vigor hasta el año 2000.

Hoy, ese hombre empresario que entró a la política y logró grandes cambios en y por el país, ha caído en desgracia y arrastra la investidura presidencial por los callejones de su estado adoptivo Guanajuato, ofreciéndose a entonar aquello que la letra dice que “cantaba el rey David…”, por 5 mil pesos.

Miguel de la Madrid Hurtado y Ernesto Zedillo Ponce de León han sido los últimos presidentes de México que llevó, el primero ya fallecido, y lleva el segundo con decoro la figura de ex presidente de la República. José López Portillo, ya finado, la dilapidó en un escándalo burdo con su pareja la ex acrtiz Sasha Montenegro; Carlos Salinas de Gortari la llevó a un vergonzoso montaje de una ficticia “huelga de hambre” en una populosa colonia de Nuevo León; Felipe Calderón la ha deteriorado en sus pleitos “callejeros” a través de las redes sociales; en tanto que Enrique Peña Nieto la exhibió en una penosa imagen en la que portaba una ridícula peluca para pasar desapercibido en un restaurante con su nueva pareja.

Sí, los tiempos han cambiado y la ciudadanía agradeció enormemente que los políticos se quedaran en su “pedestal” para encontrarse en la calle con aspirantes al poder “como nosotros” -decían-, que hablan el mismo lenguaje de la “gente común”, que lo mismo va a un elegante restaurante que a una fonda de mercado; que son guapos, que tienen carisma, que “conviven” con el pueblo…

Si, lamentablemente varios de esas figuras que deslumbraron a la mayoría de los ciudadanos dañaron ucho al país y rompieron la esperanza que millones de mexicanos depositaron en ellos. Y Vicente Fox Quesada podría ser la representación más fiel, más exacta, de esta realidad.

Si bien los tiempos son otros -reclaman-, hay máximas que son vigentes hasta la eternidad como aquella: “El que se va, se calla…”.

El error de nuestros expresidentes es que hicieron caso omiso de ella. La consideraron vieja, pasada de moda, irrelevante para los “nuevos tiempos”, caduca. Y terminaron en aquello de que “el pez por su boca muere”.

Hoy es triste ver la figura de quien fue el “todopoderoso” del país, no por haber ocupado la presidencia de la República sino, reitero, por lo que significó su triunfo y los cambios que provocó con ello. Verlo ofrecerse en redes sociales para cantar “Las Mañanitas” por cinco mil pesos, es de pena ajena.

Y peor, que ninguno de sus otrora incondicionales que disfrutaron de las mieles del poder, esté junto a él para ayudarlo, no económicamente -que también pueden hacerlo-, sino con un consejo que lo lleve a ocupar el lugar que siempre ha estado destinado para los ex presidentes: el recuerdo -para bien o para mal, porque nunca dejan a todos contentos-, en la memoria de quienes fueron sus gobernados. No más.

Pero andarse “rentando” para cantar “Las Mañanitas”… de pena ajena.