Estamos viviendo la guerra más grande de la historia de la humanidad y no se ha disparado ni una sola arma.

El avance del COVID-19 está imparable en el mundo entero. Datos de la Universidad Johns Hopkin revelan que, al corte de este martes 14 de abril, la guerra contra este poderoso enemigo ha dejado un saldo de 123 mil 358 muertos a nivel mundial y al menos 1 millón 949 mil 510 heridos (infectados).

Las grandes potencias mundiales y aquellos países que han participado en conflictos armados tienen la capacidad de mutar de sus economías y políticas tradicional a unas de guerra para adaptarse a las circunstancias de la mejor manera. El gran problema de México y de Jalisco radica en que no estaban preparados para esta situación porque nunca en la historia habían sido partícipes directos de un enfrentamiento mundial. 

En nuestro país, mientras crecen la presencia y los estragos del coronavirus, el Presidente Andrés Manuel López Obrador y los gobernadores se desprestigian mutuamente criticando sus decisiones, incluso hay mandatarios que admiten públicamente que fueron estafados por “amigos” que anteriormente les proveían miles de artículos al alcance de cualquier coyote, como le pasó a Jalisco con la adquisición de las pruebas rápidas. 

A los políticos y gobernantes mexicanos les falta visión para entender que esta guerra no se ganará sólo con dinero. No han observado que los países con mayor peso económico han tenido el poder de adquisición de insumos médicos no únicamente por el valor de su dinero, sino por su valor político y sobre todo por las “mañas” que utilizaron para superponerse a sus contrincantes. 

No están enterados de que el Presidente del Consejo Regional de Provenza-Alpes-Costa Azul de Francia, Renaud Muselier, el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau y el Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, han hecho reclamos públicos porque ya teniendo productos como cubrebocas, pruebas rápidas y ventiladores en China -comprados en su totalidad y listos para su embarque-,  agentes de Estados Unidos se los arrebataron al ofrecer el doble de precio por ellos y con un pago inmediato en efectivo. 

El Gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez, debe ver la realidad mundial, incluida la guerra comercial por la compra de las armas que, sin pólvora, son las únicas capaces de frenar a este letal enemigo, y que son producidas en su mayoría en China;  además de entender la incapacidad del Gobierno de México para adquirir estas armas de manera rápida y expedita.

Alfaro no tiene en su equipo a alguien con la capacidad de introducirse y negociar en el mercado chino, especialmente por la premura y el momento de crisis generalizada. Y ante esto, sólo tiene una posible solución para enfrentar esta crisis y darle tranquilidad a sus ciudadanos: ver cuánto dinero tiene para enfrentar esta batalla y llamar a un grupo experimentado en el mercado chino para ir y comprar, con precios pactados en fábrica, los productos necesarios para atender los días más difíciles de la lucha contra el COVID-19. 

En esta guerra el dinero no tiene valor, lo que tiene valor son las estrategias para tener acceso a la adquisición de los productos para contener la pandemia. Desafortunadamente para los factureros, los coyotes de gobierno y los vendedores de medicinas, dichos insumos se encuentran al otro lado del mundo, en un territorio que no conocen y en un mercado al que no tienen acceso. 

Así pues, las autoridades también deben comprender que el regateo de precios no es posible porque el precio mundial de insumos actualmente está marcada por la demanda, que ya superó por mucho la oferta mundial y tendrán que pagar los precios que paga Estados Unidos, Europa y Asia. 

Si los gobernantes tienen la convicción real de salvaguardar a sus ciudadanos, el tiempo los apremia y la única opción viable es seguir el ejemplo de países como Estados Unidos, en tanto en algún lugar del mundo encuentran la vacuna contra el Coronavirus.  O simplemente pueden seguir en la lucha de discursos en redes y esperar a que la suerte esté de nuestro lado como ciudadanos o esperar el peor desenlace que no sólo matará cualquier discurso o estrategia mediática, sino que también se llevará miles de vidas.