Hace poco menos de tres años, en una amplia mesa rodeada de periodistas y hombres del poder le pregunté a uno de ellos por qué había prometido en campaña un compromiso que ya en el gobierno no cumplió.
Titubeante porque quizás no se esperaba la pregunta o porque no tenía otra respuesta que la que se vio obligado a confesar, dijo: ¡Pues porque andaba en campaña…!”, e inmediatamente cambió de tema, minimizando no lo que había prometido sino su incumplimiento que es lo que se le reprochaba.
Estoy seguro que si le planteamos la misma pregunta a los presidentes municipales de Guadalajara, Zapopan y Tlaquepaque en torno a la promesa y compromiso de campaña de que no autorizarían aumentos salariales a los funcionarios de primer nivel -incluidos ellos y sus regidores- durante su gobierno, la respuesta sería la misma con un dejo de cinismo: “¡Porque andábamos en campaña…!”, me parece oirlos decir.
Pero no. Ni siquiera son sinceros en su respuesta sino que como cualquier otro político de cualquier momento de la historia de nuestro país y de cualquier otro partido, los alcaldes alfaristas recurren a un lenguaje “gatopardismo” donde dicen que las cosas cambiaron… pero para seguir igual.
Sin rubor alguno, los munícipes echaron al cesto de la basura sus promesas de ahorro, de austeridad, de que no incrementarían los salarios de sus principales colaboradores, de los funcionarios de primer nivel, y que, por el contrario, se lo reducían en determinado porcentaje.
Reza un dicho popular: “De lengua me como un taco…”. O lo que puso de moda una famosa botarga: “Es igual, pero no es lo mismo…”.
No, con su decisión de aumentarle el salario a sus funcionarios de primer nivel los alcaldes naranjas demuestran que no sólo son lo mismo sino que son iguales a todos los que les antecedieron en el cargo, tanto de color azul como rojo o tricolor. Terminan por ceder, por doblarse, a la ambición del dinero, a la tentación de vivir muy bien del erario público. Unos, porque vienen de la iniciativa privada y están acostumbrados a tener una vida de lujos que ahora en la administración pública no están dispuestos a perder. Otros, porque nunca tuvieron y hoy que tienen no se permitirán el lujo de perder esa maravillosa oportunidad de “vivir bien”.
Si un populista mandó al diablo a las instituciones, hoy otros no menos populistas mandan al diablo sus promesas y compromisos de campaña: bajo los más diversos argumentos o excusas -que no justificaciones-, deciden aumentarle el sueldo a sus principales colaboradores -de primer nivel, por supuesto-, que porque ahora van a hacer el trabajo de varios más, que porque ahora tienen otras responsabilidades y que porque quién sabe qué carajos más…
La verdad que lo único que hicieron fue algo así como la “sopa” en el dominó: simplemente movieron las fichas, pero siguieron siendo las mismas, con las “mulas” incluidas.
Así, pues, los “austeros” naranjas iniciarán el 2016 ganando “jugosos” sueldos, dizque con más responsabilidad y otras funciones, aunque los empleados de base -a quienes en muchas ocasiones hostigan (dense una vuelta al Ayuntamiento de Zapopan)-  terminarán siendo los que saquen la chamba.
Pero preguntemos: ¿Cuántas promesas y compromisos de campaña serán incumplidas o se quedarán simplemente en saliva? Apuesto a que muchas más. Y si no, al tiempo.