Ahí está la razón de la decisión de Alfaro. El presidente municipal de Guadalajara anda ávido de atraer nuevamente los reflectores mediáticos y le cayó de “perlas” este asunto del famoso software y del presunto espionaje del que no existe prueba alguno que se haga en contra de “activistas, opositores y periodistas”, porque a diferencia de lo que sucedió en la Ciudad de México, aquí ni “activistas, opositores y periodistas” han denunciado ser espiados por el gobierno estatal. Vamos, ni siquiera han declarado o demostrado haber recibido los mensajes que sí recibieron los personajes que denunciaron este presunto espionaje del gobierno federal que, incluso, nunca se ejecutó porque ellos mismos han declarado no haberle accionado el link que se les proporcionada, salvo uno de ellos.
Y llama la atención que hoy el presidente municipal de Guadalajara se preocupe y se “rasge las vestiduras” por los “opositores y periodistas” cuando él no los espía, simplemente a sus “opositores” y a algunos “periodistas” -que le son incómodos y lo critica, por supuesto, no a los que le aplauden- los manda al carajo, los descalifica, los acusa de estar pagados por el poder (algo así como la mafía) y los llena de calificativos -como llamarlos “basura”-.
Esta es, pues, la realidad y el fondo de la “indignación” de Enrique Alfaro que lo llevó a mandar al carajo, quizás al diablo, a los 124 gobiernos municipales de Jalisco que él representaba en el Secretariado Técnico de Gobierno Abierto.
Lo que hicieron Uribe y Hermosillo es entendible. Quizás bastó que su jefe levantara el teléfono y se los ordenara.