Hasta el día de su elección como gobernador, el primero de julio del 2018, Enrique Alfaro Ramírez parecía ser un político que había encontrado la varita mágica para comunicarse con la gente, para sintonizar con la mayoría de los ciudadanos.

Junto con sus tres empresas asesoras de comunicación, Eu Zen, La Covacha e Indatcom, a las que les ha gastado millonadas del dinero público, Alfaro se veía imbatible en su popularidad e imparable rumbo a la Presidencia de la República en el 2024. Por lo menos así se veían en su círculo cercano y así lo veían sus aplaudidores.

Pero el desgaste empezó apenas terminaron de contarse los votos y a los seis meses de haber iniciado su gobierno la popularidad de Alfaro iba en caída libre, sin que él ni sus gurús de la comunicación supieran qué hacer. Al día de hoy es uno de los gobernadores peor evaluados del país, compitiendo con figuras como el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco de Morelos.

Ante esta caída en la desgracia ciudadana muchos se preguntan en qué momento Alfaro y sus asesores perdieron el feeling, la sintonía, la afinidad, la proximidad con esa mayoría de los ciudadanos que todo le festejaban y aplaudían.

La pregunta es ¿la tuvo?

Hay una tendencia entre políticos como Alfaro y entre asesores como los suyos de no hacer una evaluación sensata de algunos triunfos electorales que logran cuando compiten con gobiernos y partidos desgastados. En lugar de hacer una lectura objetiva de esos triunfos, el ego los lleva a sentirse genios de la comunicación e imbatibles gurús.

No debe perderse de vista, sin restar mérito a sus resultados en las urnas, que esos triunfos de Alfaro y Movimiento Ciudadano en el 2015, que se quedaron con los municipios de la zona metropolitana, obedecían en mucho a un gobierno priista que no estaba dando resultados en Jalisco, cuya comunicación era muy deficiente y a un PRI bastante desgastado.

Para entonces Alfaro y sus asesores ya se sentían enormes, dignos de batallas superiores.

La elección de gobernador del 2018 y el triunfo de MC en todas las elecciones locales les reforzó la imagen que se había creado de sí mismos: Alfaro y sus bien pagadas empresas de consultoría sentían que no tenían límites, que estaban destinadas a cosas grandiosas.

Entonces llegó esa terca realidad que se encarga de poner a cada quien en su lugar.

Alfaro y sus gúrus pronto se dieron cuenta de que nos es lo mismo hacer comunicación política desde la oposición, enfrentándose a gobiernos y partidos desgastados y con pésima estrategia que enfrentarse día a día con la realidad que prometieron cambiar. No es lo mismo conducir un camión cuando va de bajadita que de subida y con baches.

Ahí se acabo el encanto. Porque realmente Alfaro y sus asesores nunca fueron esos monstruos de la comunicación que se creyeron, simplemente se habían enfrentado a enemigos pequeños, y vencerlos los hizo verse a sí mismos en el espejo como gladiadores.

A Enrique Alfaro y a sus consultores les pasó exactamente lo mismo que a Aristóteles Sandoval y a sus propios gurús de la comunicación: éstos confundieron vencer a un desvencijado PAN en el 2009 y 2012 con súperpoderes propios. Pero igual que a los actuales, en cuanto llegaron al gobierno estatal la realidad los devolvió a su justa dimensión. Las estrepitosas derrotas del PRI del 2015 y 2018 fueron sus más contundentes exámenes.

Hoy que el camión está descompuesto, sin conductor y que hay que empujar de subida, ni Alfaro ni sus gurús saben qué hacer. Ya están en esa etapa donde todos tratan de justificarse y se echan la culpa unos a otros: “es que a mí no me hacen caso”, “es que todo mundo opina”, “es que opinan los que no saben de esto”, síntoma claro de la descomposición de un equipo.