Hasta ahora, el retraso democrático que aún padecemos, ha hecho una tradición que quienes gobiernan por haber ganado la mayoría en las elecciones se dedican a ignorar o pisotear a las minorías derrotadas en las urnas.
A cambio, los opositores han considerado que su único papel es el de obstaculizar toda decisión o acción de la mayoría gobernante -sea buena o no-, para hacerlo fracasar.
Mayoría y minorías llevan al terreno del gobierno los agravios y resentimientos acumulados durante anteriores gobiernos o en las campañas y ambos creen que hacer fracasar al contrario es la vía para ganar las siguientes elecciones.
Pero esta realidad debe cambiar ya, pues esos vicios nos han costado mucho en términos de parálisis, de postergación de soluciones a graves problemas, en la falta de continuidad de proyectos y programas, y en el desperdicio de mucho talento y muchos recursos que se pierden por estas luchas estériles.
Los electores ya no quieren más gobernantes soberbios e intolerantes con sus opositores, que se niegan a reconocer que de la oposición también surgen ideas y acciones positivas,  o que se niegan a entender que las minorías también representan a una parte importante del electorado.
Pero los electores tampoco quieren más opositores que crean que su papel es el de oponerse sistemáticamente a toda acción de gobierno. Es decir, oposiciones que creen que el fracaso del gobierno es su triunfo.
De la lucha estéril a la responsabilidad compartida
Una sana y democrática relación entre partido gobernante y sus opositores en los cabildos, es una de las tareas pendientes en la construcción de una verdadera democracia en nuestro país.
Los regidores de oposición sí tienen estas tareas fundamentales: ser críticos hacia las acciones de la mayoría gobernante, revisar con lupa la legalidad y la honestidad en las decisiones y en el uso de los recursos públicos, contrastar la forma de actuar del gobernante con la que ellos hubiera hecho de haber ganado el poder, y la de denunciar y buscar el castigo para aquellos que cometan cualquier irregularidad o ilegalidad.
Pero los opositores también tienen la obligación de contribuir a la gobernabilidad y a la realización de una buena gestión de gobierno en beneficio de la comunidad, porque ¡también son parte del gobierno municipal!
Avanzar hacia la construcción de una nueva cultura donde los regidores de oposición asuman su responsabilidad de ser corresponsables de los resultados del gobierno, sin renunciar a su papel de férrea revisión y denuncia cuando las cosas se hacen mal, es una tarea democrática urgente.
Claro, para que esta nueva y sana relación se dé, es fundamental que los alcaldes y los regidores de mayoría tengan ese alto compromiso democrático que se requiere para gobernar debatiendo, convenciendo, negociando y acordando con sus oposiciones, bajo el entendido que éstas representan a una parte de la ciudadanía que los votó, y que también tienen una agenda de gobierno.
Hoy ya no caben los alcaldes que creen que haber ganado la elección los convierte en señores feudales que pueden hacer y deshacer en su territorio.
Ganar la mayoría no implica el derecho a ignorar o pisotear a las minorías.
Ser mayoría no da derecho a negarle a las minorías su derecho a co-gobernar.
Ser gobierno no es un cheque en blanco para imponer una visión personal o sectaria en el ejercicio del poder público.
Los nuevos alcaldes -sobre todos-, los regidores de mayoría y los regidores de oposición están obligados a construir una nueva etapa democrática en la vida de los gobiernos municipales.