De acuerdo al calendario electoral, el próximo jueves 5 de febrero deberán concluir las polémicas y cuestionadas precampañas -iniciaron nada menos que el Día de los inocentes, el 28 de diciembre-, unas precampañas que para lo único que han servido es para poner en evidencia la farsa y simulación por parte de la mayoría de los partidos políticos y sus precandidatos.
Estas precampañas han servido para demostrar, pese a que algunos se esfuerzan por hacer creer lo contrario, que todos los partidos políticos y sus precandidatos -afiliados o no a ellos-, son igual, son la misma cosa y que lo único que los hace diferentes entre sí son los colores de los institutos políticos por los que quieren contender. Nada más.
Claro, hay partidos políticos y precandidatos que han resultado más cínicos que otros…
Por eso, a seis días de que las precampañas “bajen las cortinas” vale preguntarse: ¿Qué han dejado las campañas disfrazadas de “precampañas”? Así, entre comillas la palabra precampañas, porque burdamente han sido abiertamente campañas de proselitismo por parte de todos, creyendo que con incluir la frase “mensaje dirigido a militantes y simpatizantes…” o escribir en sus cuentas en redes sociales que están ante “simpatizantes” sin demostrarlo, logran burlarse del electorado.
Durante estas precampañas hemos visto dos escenarios:
1. En el que quienes como precandidatos únicos alegaron el derecho a hacer actos de proselitismo que porque tenían que “convencer” a quienes serán delegados en sus convenciones para que “voten” por ellos, cuando… ¡no tienen adversario alguno!
2. En el que los candidatos -así, sin el “pre”- oficiales, montaron una farsa de “contienda” y los dirigentes de sus partidos les colocaron enfrente un “bulto”, un patiño, de adversario, de rival, para “justificar” su proselitismo, pero con la torpeza de que a la falta de identificar a los verdaderos militantes o simpatizantes -al igual que los primeros-, se pusieron a tocar puertas “a tontas y locas”, con lo que lograron su cometido: hacer una campaña abierta a la sociedad.
Claro, ambos se escudaron en lo que establece la legislación electoral que les permite hacer campaña ante “la población en general” y utilizar los tiempos en los medios electrónicos que tienen asignados sus partidos. La ética… ¡la mandaron al diablo!
Por eso, en dichas campañas disfrazadas de “precampañas” nunca se han conocido razones o argumentos de unos y otros contendientes -donde hubo más de uno- sobre las razones del porqué los votantes de sus partidos deberían de votar por ellos y no por su adversario; por eso nunca hemos conocido qué planteamientos hicieron los (pre) candidatos a su militancia sobre lo que harían en caso de ser electos candidatos -ya sin el “pre”-; por eso nunca los (pre) candidatos han tenido un discurso para su militancia que lo haga diferente al que presenten como candidatos.
Por eso, a la pregunta: ¿Qué han dejado las campañas disfrazadas de “precampañas”? podemos responder: La certeza de que todos son iguales, de que nadie es diferente… ¡O no?