Una y otra vez, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha desdeñado al empresariado mexicano y dejado en claro que su gobierno no será como el de sus antecesores priistas y panistas. Lo ha declarado abierta y puntualmente: “hoy las cosas son distintas”, ha dicho.

Si bien las puertas de Palacio Nacional se han abierto tanto para los grandes empresarios -Slim, Salinas Pleigo, Bailleres, Azcárraga, Sada, Garza, etc..- como para los medianos -los “cúpulos” de Jalisco, por ejemplo-, sus propuestas y peticiones, en cambio, han chocado contra la pared. López Obrador los escucha, pero no cede. Ningún beneficio para el sector privado como en años anteriores, aún y cuando sea sano para la buena marcha del sector productivo.

¿Cuánto hace que el empresariado jalisciense “rompió” y desconoció con y al Consejo Coordinador Empresarial bajo el argumento de que no velaba por sus intereses y que a partir de entonces trataría directamente con el gobierno federal? ¿Y qué ha sucedido? ¡Nada!

¿Cuánto hace que las “cúpulas” privadas de Jalisco enviaron una carta al titular del Ejecutivo pidiéndole su ayuda y apoyo y solicitándole que los recibiera? Una luz de esperanza se les abrió cuando Andrés Manuel recibió a los “cúpulos” de Nuevo León y pensaron que los siguientes en ingresar nuevamente a Palacio Nacional serían ellas, pero ¿y qué ha sucedido? ¡Nada!

Por el contrario, la arremetida lópezobradorista en contra del empresariado va en ascenso. Primero les recriminó que no le gustaba su “modito” de andar consiguiendo créditos con organismos internacionales, como el Banco Interamericano de Desarrollo, para salir adelante frente a la pandemia; y luego, a la propuesta del CCE para lanzar un programa de reactivación, les endosó que los accionistas son responsables de la quiebra de sus empresas y que ellos son los que tendrían que resolver el problema con sus trabajadores, porque del gobierno no iban a obtener nada.

Todo parece indicar que más que los partidos de oposición -bastante debilitados, todos-, los verdaderos adversarios de la Cuarta Transformación son los empresarios, el sector privado de México, y es entendible cuando el proyecto de López Obrador es socializante, muy parecido a los inicios del gobierno de Hugo Chávez, y como prueba están los dichos y hechos similares de ambos.

En este proyecto no caben los empresarios, salvo aquellos que terminen por doblarse al poder creyendo que de esta manera mantendrán sus privilegios; como los Salinas Pliego, por ejemplo.

Preocupante, pues, la actitud del presidente de la República hacia el sector empresarial del país, el que ante la realidad de que “hoy las cosas no son igual que antes” tendrá que buscar sus propias estrategias para salir adelante, para enfrentar y sortear los embates de la 4T, y tratar de salir lo menos dañado posible, porque ya confirmaron que, efectivamente, “ya no es como antes”.

Dudo mucho, lo descarto, que el gobierno lópezobradorista dé un viraje en torno a su relación con la iniciativa privada. No cambiará ni un ápice. De ahí que el sector empresarial necesitará de mucha imaginación, creatividad, y de un liderazgo real que lo lleve a salir adelante. De otra forma, terminará por sucumbir y eso será muy dañino para el país y los mexicanos.

Pero para que tenga éxito, el empresariado mexicano necesita cambiar de mentalidad y no creer que, como antes, bastaba estirar la mano al gobierno para ser rescatados o seguir disfrutando de las prebendas.

Hoy dentro del sector privado tampoco las cosas pueden seguir “como era antes”.