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Julio César Hernández
¿Cuánto pesará la Historia de México para que se aprueben o no las iniciativas sobre la reforma política que presentó el presidente Felipe Calderón a la Cámara de Senadores?
O más bien: ¿Cuánto pesará sobre nuestros legisladores la Historia de México para entrar al análisis y debate de las iniciativas de reforma política que el presidente Calderón puso sobre la mesa?
De entrada, hay dos de los diez puntos propuestos por los que muchos de nuestros políticos y gobernantes apelarán a la historia: la reelección y la segunda vuelta en la elección presidencial.
Sobre la primera, se escudarán en los postulados de Francisco I. Madero que dieron origen a la lucha revolucionaria de 1910, precisamente en vísperas de celebrar o conmemorar -según el cristal con que se mire- su centenario. Argumentarán una y otra vez que a estas alturas del siglo XXI aun está vigente aquello de “Sufragio efectivo, no reelección”.
Y habrá quienes insistan en que hablar hoy de reelección de legisladores y alcaldes es apenas el primer paso para el día de mañana -a veces hasta calculan un “madruguete”-, pretender implementar la reelección de gobernadores… ¡y Presidente de la República!, gritan apanicados.
Sobre el segundo punto, el de la segunda vuelta electoral, advertirán que la historia de México no es la historia de otros países latinoamericanos cuyos gobiernos hoy se definen en una segunda elección, donde uno de los candidatos alcance el 50 por ciento más uno, como es el caso reciente de Uruguay y Chile.
No, México no puede ser comparado con esos países, dirán. E insistirán en que el sistema político mexicano se “cuece” aparte y que el sistema presidencialista mexicano es único y, por lo tanto, no puede pretenderse aplicar recetas elaboradas en otros países, no obstante que en ellos han sido exitosas.
¿Habrá la madurez suficiente de nuestros políticos, los priistas y perredistas en particular, para entrar a una discusión seria y a fondo de estos polémicos puntos de la propuesta presidencial?
Habrá otros puntos igual o más polémicos, pero su discusión quizás no estará supeditada a la Historia de México. O el peso de los argumentos para tratar de detenerlos, no estarán fundados en esta Historia de México, así con mayúsculas.