Lo sucedido el domingo pasado en la plaza de Temacapulín ante el presidente Andrés Manuel López Obrador y el gobernador Enrique Alfaro Ramírez tiene dos vertientes a analizar: 1. La propuesta de los habitantes sobre el futuro de la presa El Zapotillo y 2. El “domingo negro” que vivió Alfaro que, sin proponérselo, acudió a “cosechar lo que sembró” primero como candidato a la gubernatura y posteriormente como gobernador.

Si bien se puede presumir que el gobierno federal aceptará las condiciones de los pobladores de Temacapulín, Palmarejo y Acasico para que la presa sea utilizada como ha insistido López Obrador, considerando que se hizo una inversión económica que no puede tirarse a la basura, creo que aún no está dicha la última palabra y la propuesta popular podría sufrir modificaciones en materia técnica, pero sin que implique o ponga en riesgo la disposición existente de la gente para que El Zapotillo se concluya y se ponga en operación.

El presidente refirió que la propuesta será analizada en la Ciudad de México, seguramente por los técnicos de la Comisión Nacional del Agua, y regresará dentro de un mes no sólo para darles una respuesta sino para firmar el acuerdo correspondiente, por lo que podemos concluir que prácticamente los habitantes de los tres poblados serán los ganadores de esta lucha que iniciaron desde hace 16 años y que todo parecía que no llegaría a ningún lado, pues no pocos apostaron que la obra quedaría como “elefante blanco”.

Es de reconocer la apuesta de López Obrador por rescatar El Zapotillo, y lo hizo con toda calma, con prudencia, recibiendo en Palacio Nacional cuantas veces fue necesario a los pobladores, pero nunca al mismo tiempo que a las autoridades estatales o junto con ellas, y haciendo acto de presencia en Temacapulín cuando lo consideró adecuado hacerlo. La visita del domingo pasado fue bien medida, no dejó nada suelto. Lo hizo cuando consideró que estaban las condiciones para hacerlo y salir entre palmas del lugar. Ahora lo que resta es esperar la opinión de los expertos del gobierno Federal para saber si aceptan sin cambio alguno la propuesta de los afectados o qué modificaciones le harán.

Quizás no le faltó razón al gobernador Alfaro Ramírez cuando cuestionó los criterios técnicos en la propuesta de los pobladores como el construir un túnel y un vertedor. “Un túnel, ¿de qué túnel estamos hablando? Estamos hablando de un vertedor que va a romper media cortina. Soy ingeniero civil, y cuando escucho esas cosas, pues la verdad es que no puedo negar que hay una parte de decepción”.

Luego se quejó: “Lo que no entendemos es qué fue lo que hoy se propuso exactamente porque lo que se habló es de grupos técnicos de las comunidades que yo no sé quiénes sean ni conozco su propuesta ni sé qué implique; y lo que se me hace, la verdad, poco serio es que nos inviten a una reunión en la que se van a exponer estas cosas de esa manera”.

Aquí es donde entra la segunda vertiente de lo sucedido el domingo en Temacapulín.

Los abucheos que se llevó el gobernador Alfaro Ramírez y los gritos que inundaron el lugar de “¡Fuera Alfaro!”, no fueron gratuitos. No podía esperarse que fuera recibido con aplausos y “vivas” si luego de haber ido como candidato a pedirles el voto y presentarse como su aliado en contra de que los poblados fueran inundados, ya como gobernador simplemente se olvidó de ellos y prácticamente dió su anuencia para que se inundara cuando menos uno de los tres poblados. Pero no sólo eso, sino que rompió con ellos todo diálogo, todo encuentro, toda coordinación, al declarar en infinidad de ocasiones que lo de El Zapotillo era un asunto que correspondía atender al gobierno Federal.

¿Por qué, entonces, quejarse ahora de que no haya entendido lo que ahí se expuso, de que no conoce al grupo de técnicos de las comunidades, de que no haya conocido con antelación su propuesta ni lo que ésta implique? Si él ignoró a los pobladores, los pobladores lo ignoraron a él. Nunca se supo que haya buscado encontrarse con los pobladores, entablar un diálogo y caminar juntos en busca de una solución al problema de la presa y del desabasto de agua en la zona metropolitana y la zona de Los Altos. Se deslindó de ellos, “pinto su raya” y creyó que con dialogar con el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhué Rodríguez, e ir a Palacio Nacional, era suficiente para resolver el conflicto.

Seguramente bastantes razones tenían los pobladores para abuchearlo y pedir que se fuera. ¿Que eran morenistas? Sin duda simpatizantes y quizás algunos hasta militantes, pues no había razón alguna para creer que lo fueran -simpatizantes o militantes- de Movimiento Ciudadano, partido que también se olvidó de ellos después de las elecciones.

Luego de aquella imagen de la “mañanera” cuando sudoroso se limpiaba la frente con un pañuelo y hablaba nerviosamente ante el presidente López Obrador, las imágenes que se observaron del gobernador Alfaro en Temacapulín, y que en cuestión de minutos le dieron la vuelta al país, fueron muestra contundente de que se equivocó al haber asistido. Estuvo en el lugar equivocado a la hora equivocada. Y si le pidió al equipo presidencial no hacer uso de la palabra, es porque sabía que los pobladores no lo hubieran dejado hacerlo, aún y con micrófono de por medio.

Hubo tres imágenes que denotaron el estado de ánimo del gobernador Alfaro y que corrieron a la velocidad de la luz a través de las redes sociales y sobre las que se le hicieron severas críticas. La primera, y la más difundida y criticada, donde está con los brazos cruzados y el collar de cempasúchil sobre la pierna izquierda, con la mirada hacia el cielo, lo que fue interpretada como ignorando lo que sucedía a su alrededor; la segunda, en la misma posición, pero aparentemente con los ojos cerrados, como si estuviera en ningún lugar; y la tercera, en la que aparece con las manos sobre las piernas y con la mirada perdida hacía abajo y hacia ningún lado, denotando derrota. La coincidencia de los comentarios en redes fue: el lenguaje corporal develó, como nunca, a un gobernador solitario, ausente en su propio estado, malquerido por sus gobernados…

Nunca creímos ver al gobernador de Jalisco -al que se le enfrentó al mismo presidente de la República reclamándole respeto al federalismo, cumplimiento de sus promesas y compromisos hechos a Jalisco, un reparto justo en materia fiscal y hasta responsabilizándolo de una marcha y desmanes realizados tras el asesinato de un ciudadano por parte de policías municipales por no portar cubrebocas-, en una situación así; quizás como dijo López Obrador, “moralmente derrotado” ante los pobladores de Temacapulín, Palmarejo y Acasico.

Esta escena en la polvorosa plaza de Temacapulín, un poblado de los Altos de Jalisco, fue diametralmente opuesta a la que vimos en noviembre de 2018 en la fastuosa Rotonda de los Jaliscienses Ilustres. Dos Alfaros diferentes.

Y pensar que el presidente de la República anunció que regresará a ese lugar dentro de un mes, pero ahora acompañado de todo -así lo dijo: todo- su gabinete. ¿Será, acaso, que pretende convertir su regreso a ese pequeño poblado alteño en la visita de la victoria de López Obrador sobre quien osó enfrentarlo y luego confrontarlo con aquellos gobernadores que inventaron una Alianza Federalista hoy fracasada y olvidada, hasta por sus propios integrantes? ¿Será Temacapulín para Alfaro lo que fue el Puente de Calderón para Hidalgo?

Porque esa visita, estamos seguros, no será sólo de cortesía. Será una visita con un altísimo contenido político.

Y si no, al tiempo…