No, no se equivoquen. La nota no es si Citlalli Amaya volvió a ganar la elección a la presidencia municipal de Tlaquepaque o si Alberto Maldonado volvió a perder o le daría la voltereta al resultado parcial hasta ayer conocido que daba ventaja a la candidata de Movimiento Ciudadano.

La nota es que ocho de cada diez tlaquepaquenses manifestaron su repudio a esta nueva elección al no acudir a las casillas y decidir quedarse en casa o hacer otra cosa.

Sí, sólo dos de cada diez ciudadanos respondieron al llamado de asistir, por segunda ocasión en cinco meses, a las urnas.

O sea, alrededor del 50 por ciento de quienes acudieron a votar el pasado seis de junio en la elección ordinaria decidió ya no volver a votar, ya no digamos que tampoco lo hizo el 60 por ciento que en aquella ocasión ignoró el llamado a sufragar en el ánimo de renovar los 125 ayuntamientos de Jalisco y las 40 diputaciones, 20 federales y 20 locales.

Grave… ¡gravísimo!

Porque eso habla no sólo del fracaso de los partidos políticos frente a los ciudadanos sino de que la decena de candidatos que participaron en esta contienda les fueron indiferentes y ninguno tuvo la fuerza de atracción suficiente para llevarlos a las urnas. Y lo que es peor: quedó evidenciado que los nuevos partidos políticos no son una verdadera opción para los votantes. Ninguno de ellos puso en aprietos a los punteros, ya no digamos al que va ganando sino ni siquiera al que va en la segunda posición.

Y digo que es gravísimo porque los partidos políticos le siguen apostando a la movilización de sus estructuras únicamente, sin ofertarle al ciudadano común, no militante ni simpatizante, algo diferente que lo obligue a ir a las casillas. Y si los que ahora acudieron a votar -dos de cada diez-, son militantes y simpatizantes de estos diez partidos, entonces la situación se vuelve patética, porque demuestra la pobreza de seguidores que evidencia cómo los millones de pesos que reciben de prerrogativas año tras año los partidos políticos, son realmente recursos tirados a la basura.

Mi pronóstico era que acudiría a votar alrededor del 30 por ciento del padrón, pero quedé muy lejos de la realidad.

Pero la realidad es que quien resulte declarado oficialmente ganador de la contienda lo será sólo gracias a dos de cada diez votantes, una pírrica representación como para sentirse orgullosos de esa victoria. O sea que a la mitad de ciudadanos que acudió a votar el seis de junio pasado no le importó quién ganara en esta ocasión, porque los que votaron por Amaya no regresaron para refrendar su voto y evitar que ahora fuera derrotada, pero ni quienes lo hicieron por Maldonado apostaron no sólo por recortar la poca diferencia con la que perdió la ocasión pasada sino por superarla ante esa corta diferencia y asegurarle el triunfo, aunque aún no está dicha la última palabra en cuento al resultado oficial.

Como lo he leído en redes sociales, efectivamente podría recriminárseles a quienes se quejen del gobierno que tendrán durante los próximos tres años si no acudieron a las urnas el día de ayer, pero también puede justificárseles o entendérseles de que no lo hayan hecho quizás decepcionados de los contendientes. O simplemente porque finalmente les da lo mismo quién gane, pues podrían concluir con aquello de que “tan malo el pinto como el colorado”.

Así, pues, el contundente menosprecio y repudio que el 80 por ciento de los ciudadanos de Tlaquepaque manifestaron por la elección extraordinaria -y el 50% de los que votaron en junio pasado-, debe de ser una dolorosa lección para los partidos políticos y sus candidatos, pero principal y particularmente para quienes gobernarán el municipio durante los próximos tres años. Es una lección que no puede ignorarse.