¿Deveras era necesario quitar el “candado” de la obligatoriedad de una década de militancia, mínimo, para ser candidato del PRI a la presidencia de la República? Ya sabemos que no, porque con la consumación de una alianza con cualquier otro partido ese obstáculo -que ya no existe, por supuesto-, sería fácilmente sorteable.
¿Realmente se hizo para que José Antonio Meade Kuribreña sea el abanderado presidencial de los priistas? Yo creo que no, porque reitero que no he escuchado ni he sabido de un sólo priista que pida, solicite o exija que el hoy secretario de Hacienda sea su candidato o sea el candidato de los priistas.Al menos no públicamente, porque quizás “en corto” y en privado pudo haberlo expresado su gran amigo Luis Videgaray y hasta el propio presidente Enrique Peña Nieto puede ser el primero en levantar la mano, bueno, el “dedo” a su favor.
Sí, he escuchado y leído buenos comentarios y referencias de su persona, de su capacidad e inteligencia que quienes lo conocen aseguran que está fuera de toda duda, y de que podría ser un excelente presidente de la República, más de uno está convencido de eso.
Sin embargo, de lo que se trata es que quien sea el candidato del PRI -y por supuesto los respectivos de cada partido- gane la gran elección de julio del 2018, que gane la presidencia de la República y que sea el nuevo inquilino en Los Pinos.
¿Eso lo garantiza Meade Kuribreña? No, por supuesto que no. Al contrario, José Antonio Meade puede convertirse en el “Ricardo Villanueva” de los priistas de México, al no tener una identificación con los priistas del país. No hay nada que los conecte, como no lo hubo entre el candidato del PRI  a la presidencia municipal de Guadalajara en el 2015 y los militantes tapatíos. No bastará que, como lo hizo Villanueva, Meade se ponga el chaleco o la chamarra roja. Eso no lo hace ni lo hará priista ni le sumará simpatías, mucho menos votos.
Meade no ha dado muestra alguna, desde que es integrante del gabinete de Peña Nieto -que tampoco eso lo hizo o hace priista-, de simpatía por el PRI y sus documentos básicos y ni por los priistas. No hay un sólo gesto que dé testimonio de ello, aunque haya asistido a la asamblea nacional. Como tampoco lo hubo en su momento con Ernesto Zedillo Ponce de León -quien obtuvo la candidatura y llegó a la presidencia por circunstancias muy especiales que no son las de ahora y ni creo que se repitan-, y ya sabemos como le fue al PRI y a los priistas.
El haber quitado el “candado” de la militancia obligatoria por 10 años no hace a Meade Kuribreña priista. Lejos está de ello.
No dudamos que la comunidad financiera lo advierta como el mejor perfil para la presidencia de la República, pero para ello deberá de pasar primero el filtro de los militantes priistas que no creo coincidan con la visión de aquella.
No basta que el presidente Peña y Luis Videgaray quieran a José Antonio Meade como el candidato presidencial del PRI para que la militancia priista del país se vuelque a su favor. Y eso lo saben ambos y por eso no creo que el Gran Elector vaya a inclinarse a su favor. De hacerlo, la derrota estaría garantizada porque no hay tampoco señal alguna de que el “voto duro” del PRI -que por supuesto ya no les alcanza para hacer presidente a nadie-, esté asegurado a su favor.
Aquí en Guadalajara los priistas tienen el mejor ejemplo de lo que pueden vivir en los próximos meses si Meade es el candidato. La falta de identificación con el priismo, su falta de militancia en el PRI, de trabajo partidista, independientemente de si ha ocupado o no un cargo de elección popular bajo las siglas del tricolor -que también sería un factor a considerar-, fue lo que llevó a la derrota a Ricardo Villanueva Lomelí, guardada toda proporción, por supuesto, entre otras razones.
La medalla que Villanueva Lomelí presumió como candidato fue su excelente trabajo como titular de la Secretaría de Planeación, Administración y Finanzas (Sepaf). El éxito en el manejo de los recursos, de la deuda estatal, fueron los argumentos utilizados a su favor para buscar convencer a los tapatíos de que merecía ser presidente municipal. Y fracasó.
En otro nivel, hoy se pondera y se destaca la brillantez de Meade como secretario de Hacienda -con Calderón y hoy con Peña-, los buenos resultados que ha dado al país como titular de esa cartera. Y no dudo que esos argumentos serían utilizados a su favor en caso de que lo hagan candidato presidencial. Pero estaría más cerca del fracaso que del éxito.
Como Villanueva en Guadalajara, Meade no les dice nada a los priistas del país. No lo sienten uno de los suyos. No están convencidos de por qué deben trabajar por él para ser el próximo presidente de la República. Y quizás participen en la campaña, repartan volantes, asistan a sus mítines, organicen cadenas humanas, y todo lo que se hace en una campaña, pero corre un altísimo riesgo de que el día de la jornada electoral esos votos que creen que serán a favor del PRI terminen beneficiando al rival. ¿Cuál? El que sea, pero no serán a favor del que no sintieron que fuera su candidato.
Al tiempo.