López Obrador lo dijo apenas el pasado domingo 27 en Veracruz:

“Nosotros somos muy perseverantes, muy tercos, necios, en el buen sentido de la palabra. Por eso que se preparen los conservadores, que se preparen nuestros opositores, porque no vamos a dar tregua ni tampoco un paso atrás, ni siquiera para tomar impulso”.

Y apenas días después de esta advertencia dio dos golpes severos a través de sendos poderes que presuntamente son autónomos: 1. El Legislativo aprobó la desaparición de 109 fideicomisos que le permitirán disponer al Ejecutivo de 68 mil millones de pesos, y 2. El Judicial aprobó que el Gobierno Federal aplique una consulta ciudadana sobre si debe investigar y sancionar a los ex presidentes -cuya referencia directa modificó a “actores políticos”-, declarándola constitucional, lo que le permitiría al presidente participar de manera indirecta en el proceso electoral del 2021.

Considero que éste es el fondo del asunto de lo que recientemente sucedió en la Cámara de Diputados y en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, porque independientemente de las críticas que podemos hacerles a los legisladores y a los ministros que avalaron ambas propuestas presidenciales, más allá de que inundemos las redes sociales de cuestionamientos y descalificaciones a éstos importantes actores del país, lo trascendente está en la fortaleza que estas dos medidas le otorgan al titular del Ejecutivo para que siga adelante con su proyecto de la llamada Cuarta Transformación que ya quedo demostrado que no es lo mejor para el país.

Reitero, lo dijo apenas hace cinco días: “No vamos a dar tregua ni tampoco un paso atrás…”. Lo advirtió: “Que se preparen los conservadores, que se preparen nuestros opositores…”. Y días después demostró que no es un simple discurso, que no son palabras al aire, que no son declaraciones para ganarse los mejores espacios en los medios de comunicación. Son prueba de que de las palabras pasa a los hechos.

En la Cámara de Diputados se valió de una mayoría legislativa que tiene bien “aceitada” y en donde la oposición prácticamente sólo existe en las redes sociales, mientras que hay coincidencia en que bastó la amenaza de una reforma constitucional para cumplir su propósito y lograr que la máxima autoridad en el Poder Judicial, concretamente la Suprema Corte, por mayoría, le permitiera dar un paso más en el camino de su proyecto que está decidido a sacar adelante y en el que, ya lo advirtió, “no vamos a dar tregua ni tampoco un paso atrás”.

Luego de estos dos casos que de alguna manera demostraron que el Ejecutivo tiene el control del Legislativo y Judicial, o que cuando menos tiene los instrumentos para lograr sus objetivos, la pregunta es: ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar López Obrador? La respuesta que encuentro es: Hasta donde sea necesario para cumplir su propósito, cueste lo que cueste y a costa de lo que sea. Los hechos hasta ahora lo demuestran.

Y en eso mucho tendrá que ver también quién llegue a la dirigencia nacional de Morena, porque si bien cuenta con todo el poder que le da ser presidente de la República, requiere de un instrumento y una estructura que ejecute tareas que se necesitan realizar desde un partido político y que, de paso, le quite obstáculos que él no puede en su calidad de titular del Ejecutivo como podría ser, en este caso, un bloque opositor de gobernadores.

Se requiere mucho, pero mucho más que un FRENNA para frenar a López Obrador. No es con marchas ni plantones exigiendo algo que nunca sucederá, como es su renuncia. Esa es una manera de perder tiempo y quizás la oportunidad de encontrar otras maneras de actuar para hacer valer la voz de quienes no están de acuerdo con él.

Hasta ahora, el mejor momento para debilitar al lópezobradorismo parece ser el día de la jornada electoral y el mejor instrumento es la emisión del voto en contra. Pero el éxito de esta tarea mucho dependerá de la oferta que hagan a los ciudadanos los partidos de oposición, porque si eso no sucede, entonces nada lo detendrá.

Y mucho cuidado, porque no deja de mandar un mensaje que podría tornarse peligroso: que será el pueblo el que diga si deja o no la presidencia.

Insisto: el fondo, lo importante, lo trascendente y hasta lo peligroso para el país no es qué hacen o no los diputados y ministros, sino las consecuencias que sus actos generan. Por eso, el voto del próximo 6 de junio será determinante y fundamental. Mientras, podremos gritar, manotear, patalear y desahogarnos en redes sociales o con declaraciones y opiniones de sobremesa.

Por eso, al tiempo…