Dice Silvio Rodríguez en su canción “El necio”:

“Para no hacer de mi ícono pedazos/ Para salvarme entre únicos e impares/Para cederme lugar en su parnaso/ Para darme un rinconcito en sus altares/Me vienen a convidar a arrepentirme/Me vienen a convidar a que no pierda/Me vienen a convidar a indefinirme/Me vienen a convidar a tanta mierda.

“Yo no sé lo que es el destino/Caminando fui lo que fui/Allá Dios que será divino/Yo me muero como viví…”.

Raúl Padilla López eligió el Domingo de Ramos para dejar de vivir. Murió como vivió. Vivió hasta cuando él quiso morir.

Su vida se esfumó medio siglo, 50 años después, de que atestiguó cómo se esfumó la vida de su padre, Raúl Padilla Gutiérrez, que tenía 19 años menos que la edad a la que ex rector decidió seguir el mismo camino. Padilla López decidió dejar de vivir a casi un mes de celebrar 69 años de haber nacido. Los cumplía el próximo tres de mayo.

Lo hizo, sabedor de lo que su muerte significa y significará para su familia, para el Estado, pero principalmente para la Universidad de Guadalajara, que bajo su control estuvo por más de tres décadas, 34 años para ser exactos. Lo hizo -apunta quien sabe de los entretelones universitarios- hasta para darle tiempo a los integrantes del Grupo Universidad -académicos y políticos-, de ponerse de acuerdo, de seguir la línea, con calma y sin la presión de la actividad diaria académica y administrativa, que seguramente dejó encaminada con sus más allegados, con los de su entera confianza, “por si algo sucediera”. Quince días para actuar sin sobresaltos y, quizás, sin el amago del poder público que lo persiguió desde 2019 hasta el día de su muerte sin descanso. Los integrantes del Grupo debieron de haber entendido los tiempos de quien fue su jefe político.

En las últimas 48 horas la figura de Raúl Padilla López lo mismo ha sido denostada, vilipendiada, que ensalzada u honrada, como lo fue a lo largo del tiempo en que fungió, primero, como rector de la Universidad de Guadalajara y, posteriormente, cuando dejó de serlo para pasar a convertirse en “El Licenciado”, hasta el día de su muerte.

La vida de Raúl Padilla fue azarosa cuando apenas tenía poco más de siete meses de haber dejado de ser menor de edad y asumir el papel de ciudadano, a partir del momento de la muerte de su padre. Huérfano, se hizo cargo de su familia, y como estudiante comenzó a enfrentarse a una realidad que no fue fácil, pero que al paso de los años supo sacarle provecho, con todo lo bueno y lo malo que llevan de la mano. Como universitario, vivió los tiempos álgidos estudiantiles como integrante y dirigente de la entonces Federación de Estudiantes de Guadalajara. Como rector enfrentó, por un lado, al grupo estudiantil que alguna vez encabezó y que hasta vivió la toma del propio edificio de la Rectoría, y de la que salió airoso hasta lograr la desaparición de la FEG; por otro lado, vivió y enfrentó pleitos, presiones, amagos y/o acoso de gobernadores, desde Guillermo Cosío Vidaurri hasta el actual Enrique Alfaro Ramírez. Unos más otros menos. Y también de presidentes de la República, particularmente Carlos Salinas de Gortari y ahora de Andrés Manuel López Obrador.

Aun recuerdan aquella versión de cuando Salinas de Gortari le mandó decir con el entonces secretario de Gobernación, Patrocinio González Garrido, que esperaba que no buscaría eternizarse al frente de la Universidad de Guadalajara, pues aún se recordaba lo que le había sucedido a Carlos Ramírez Ladewig. Carlos Salinas concluyó su sexenio, le sucedieron Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto, llegó López Obrador, y Padilla López se mantuvo como el “poder tras el trono”, hasta la mañana del domingo pasado.

Pero también enfrentó momentos álgidos al interior de la Universidad, unos más que otros, que marcaron parte de la historia de esta Casa de Estudios, como cuando el entonces rector Víctor Manuel González Romero decidió actuar por sí sólo creyendo que no tenía que consultar a nadie para hacer nombramiento de directores. O el capítulo que, como ningún otro en la etapa padillista, cimbró la vida universitaria con la rebelión del entonces rector Carlos Briseño Torres, que terminó con su destitución y posterior muerte -suicidio-, cuando se resistía a reconocer su derrota y peleaba por la vía legal regresar a la Rectoría.

Para quien conoce la vida universitaria y siguió paso a paso cada capítulo del padillismo, no le fue extraño que el tema del manejo de los recursos públicos, federales y estatales, nunca fue un arma que pudieron utilizar sus adversarios universitarios y enemigos políticos en contra de Padilla López, porque sabedor de que esa era la ruta que sus detractores utilizarían para acabarlo, el ex rector fue extremadamente cuidadoso en su manejo. También de esto salió siempre airoso.

A lo largo de estos 34 años en los que mantuvo el control de la Universidad de Guadalajara, ningún hombre desde el poder lo pudo “doblar”. Ni siquiera el que dijo que había llegado “para acabar con la historia de Raúl Padilla”. El propio ex Rector se le adelantó.

Padilla López se “dobló” ante un enemigo del que nadie lo pudo salvar y contra el que luchó, infructuosamente, hasta la mañana del pasado domingo dos de abril, casi un mes antes de celebrar un año más de vida. Una vida que él consideró que ya no era vida, Lo vencieron problemas de salud con los que consideró que no eran compatibles con un hombre como él, de grandes decisiones.

Raúl Padilla López bien pudo haber dejado por escrito lo que Silvio Rodríguez entonaba en compañía de su inseparable guitarra: “Yo no sé lo que es el destino/Caminando fui lo que fui/Allá Dios que será divino/Yo me muero como viví…”.

De lo demás, se encargará la historia.

Y si no, al tiempo…